jueves, 26 de mayo de 2011

Aires de verano

Ayer por la tarde me fui a andar, cosa que me he propuesto hacer todos los días (si puedo).
Me encanta el poder que tienen los olores, las imágenes, la música de desenterrar recuerdos, de devolverte sensaciones, de permitirte durante un instante efímero cerrar los ojos y viajar a tiempos pasados.
Es sólo un momento: oyes una canción o notas un olor y automáticamente se desencadena un recuerdo concreto, y eres capaz de vivirlo no sólo mentalmente sino también físicamente.


Pues en mi paseo tuve un momento de esos. Últimas horas de un precioso atardecer. En el ambiente se empiezan a percibir las primeras señales del verano...no sabría expresar exactamente qué es, pero lo siento. La temperatura cálida, el olor a jazmín, a pino y a hierba mojada, la brisa, la luz de la montañas, las ventanas abiertas, el vuelo alegre pájaros...

Una canción: Memorias de África...y de repente me sentí como si por un momento estuviera de nuevo allí, en la terraza de mi habitación, estudiando, absorta en el silencio de la tarde, disfrutando de la calidez de los últimos rayos del sol y de la quietud del final del día, oliendo a jazmín y a pino, viendo pasar los pájaros delante de mi, dejando volar mi imaginación y alimentando una ilusión...

El principio de verano tendrá para mi siempre banda sonora.
Nuestros principios también...

miércoles, 4 de mayo de 2011

Días de Pascua... del tiempo que pasamos juntos

Si hay algo que necesitan nuestros hijos, especialmente cuando son pequeñitos, es estar con sus papás.
Para ellos somos lo más importante y deberíamos dejarnos llevar por esa necesidad que tienen de nosotros... con el tiempo no creo que desaparezca pero desde luego cambia y evoluciona en otros tipos de necesidad.

Todo esto me ronda a raiz de los días que hemos pasado en la montaña. Hay veces que cuando estamos de vacaciones nos creemos en la obligación de llenar todos sus días de actividades organizadas, cada día una cosa, que no se quede nada por hacer!!

Y día tras día me doy cuenta de que ellos son felices con las cosas más "tontas" y que sobre todo disfrutan haciendo lo que sea...pero con nosotros.

A nosotros nos gusta mucho la montaña pero de momento hasta que sean un poco más mayores nos vemos un poco limitados. Sin embargo, la nena mayor, que hasta ahora iba en mochila, ha podido disfrutar de las maravillosas sensaciones que nos brinda la naturaleza... y gratis.

El primer día, a pesar de que el tiempo estaba bastante inestable y no paraba de llover, nos fuimos a hacer nuestra primera excursión con la nena mayor.
Con botas, chubasquero y paraguas emprendimos nuestro camino hacia un objetivo muy apetecible para ella: un parque de un pueblecito cercano al que llegamos en poco más de una hora y sin oir ni una sola protesta.

Por el camino nos encontramos con un grupo de caballos, bebimos en un abrevadero agua helada de las montañas, estuvimos estudiando el comportamiento de unas gallinas en su gallinero, descubrimos "un campanario misterioso", reconocimos entre otras flores el "botón de oro" (que casualmente había estudiado la semana anterior en el cole), encontramos el puente por el que cruzar un río y con gran emoción, entre risas, cantos y confidencias llegamos al fin al "Gran parque de las montañas" (compuesto por 3 columpios antiguos).

Ya de regreso, con la promesa de un plato de sopa bien calentito, cogimos un ramo de flores de mil formas y colores para la abuelita.
Llegó mojada y llena de barro, con las mejillas frías y sonrosadas... feliz.

Otro día nos fuimos a hacer otra excursión. Mi madre y yo fuimos por una pista con la pequeña y la mayor se fue con papá y el abuelito por otra senda entre árboles, cruzando riachuelos y escalando pedruscos, hasta encontrar "la gran cascada".

Al ritmo de "montañera, montañera" fue la primera durante todo el trayecto y, no contenta con eso, cuando llegaron a la cascada se empeñó en ir a tocar la nieve, vamos una subidita campo a través de casi un cuarto de hora. A la bajada su abuelito le encontró un palo para andar y allá iba ella toda contenta con su palo. Cogió más flores, nos las puso en el pelo, jugó con las piedras, se salió del camino y cuando llegamos al coche se comió una manzana a mordiscos!

En nuestra excusión de despedida del valle, estuvimos andando por un bosque precioso en el que habitan las hadas y los gnomos. Shhh! no vimos ninguno pero notábamos que estaban allí mirándonos...

Sin embargo si que encontramos una casita de pajaritos colgada de un árbol, aprendimos cómo se quedan los troncos cuando les cae un rayo encima, identificamos la flor de las fresas silvestres y la abuelita nos prometió que cuando salga el fruto en verano haremos mermelada.
También observamos durante "diez minutos" el movimiento de una babosa, aprendimos que las ortigas pican, que las hormigas son muy trabajadoras y lo bien que sientan unos frutos secos y un poquito de queso después del esfuerzo.

Vaaaaale, también hemos tenido una excursión organizada, porque se moría de la ilusión de subirse a un caballo. Y la verdad es que fue genial, toda la hora riéndose de la emoción que tenía, abrazada como una loca a su caballito y riéndose del caballo de papá porque era un "lentorro".

Y, por supuesto, ha disfrutado de tardes caseras dibujando, haciendo puzzles, sacándole carcajadas a su hermana, buscando huevos de Pascua y jugando con todos "La gran partida" a un juego al que ha aprendido a jugar en estos días.

Ha vuelto feliz...

No sé si recordara algo concreto cuando sea mayor, pero de lo que si que estoy segura es de que la cantidad de sensaciones de familia que ha vivido estos días formarán parte de su personalidad en un futuro, como forman hoy parte de la mía.